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miércoles, 4 de enero de 2012
UN CUENTO DE NAVIDAD
El portal de Belén está helado, frío, oscuro, pero no hay otro sitio donde pasar la noche. José y María han empujado la puerta mal cerrada y se han metido dentro. Ella está embarazada. Él trabaja en una fábrica de muebles y le han congelado el salario. Hace tiempo que dependen de la ayuda familiar para pagar la hipoteca del piso. Por eso quizás está congelado el mundo esta noche. Se rumorea que en enero habrá despidos. Los rumores sobre las tarifas eléctricas no los entiende nadie. El caso es que el portal de Belén, que está en todas partes, se ha quedado sin luz eléctrica, porque su dueño no ha pagado las últimas facturas. José y María iban en su viejo coche a casa de unos familiares, pero el coche se ha averiado cerca del portal, en un pueblo de ninguna parte, de todas partes, en medio de ningún lugar. Un pueblo que se llama Belén. Hay muchos pueblos que se llaman Belén repartidos por la geografía del mundo cristiano. José y María se han metido dentro y han pensado que no hacía mucho menos frío dentro que fuera, pero luego han notado la presencia mansa y el calor de los animales.
De camino hacia aquí han visto un accidente de coche y han oído en la radio la historia de un Papá Noel envenenador que actuaba en Alemania. Para colmo ella se ha puesto de parto y el móvil no tiene cobertura. En el refugio, han hecho un fuego para calentarse y la gente de los alrededores se ha acercado a ver qué pasa. ¿Quizás un incendio? Lo que pasa es que el niño ha nacido tan deprisa y tan sano, gracias a Dios, que no parece necesario ir al hospital. María, que es ATS, aunque está en paro, sabe que todo va bien, milagrosamente bien. Sólo quiere descansar.
Por el pueblo ha corrido la noticia y viene más gente y les trae mantas, toallas, alimentos, agua caliente, pañales, velas y linternas. La noche es muy grande y muy oscura, pero hay estrellas. También se ven las luces de la autopista, allá lejos. Siempre hay una autopista. Y un centro comercial, aunque sea en el mapa.
Va llegando más gente y se va organizando una auténtica fiesta. La gente trae regalos para el niño: ropa usada, peluches, un sonajero. Alguien tira un cable que ha enganchado ahí fuera, no se sabe dónde, y de pronto aparecen un radiador y una máquina de café. Ya hace menos frío, pero el viento se cuela por una ventana sin cristales y dos mujeres la tapan con papel cuché y mucha cinta adhesiva. Ahora en la ventana puede leerse: “Regala tecnología y diseño”, “Viviendas de lujo” y “Las navidades de las celebrities”.
Ha pasado la noche y, al alba, el dueño del portal, que ha resultado ser Mr. Scrooge, se ha presentado con la guardia civil y ha dicho: “Sáquenme de aquí a estos okupas”.
La fiesta se disipa. Las estrellas se apagan. El mecánico del pueblo les invita a descansar en su casa mientras arregla el coche y pronto María y José siguen su viaje con el niño. En un área de servicio desayunan, se asean, compran la prensa. Leen que en EE.UU. Papá Noel ha matado a toda una familia y se ha suicidado. “Siempre he dicho que ese tipo no era de fiar”, dice José. Y vuelven a la autopista.