¿QUÉ QUITARÍA DE BILBAO?, preguntaba el periodista Guillermo Elejabeitia en representación del diario El Correo a ocho prestigiosos arquitectos locales. Es decir, a ocho arquitectos que son ciudadanos vascos, o a ocho ciudadanos vascos que son arquitectos, que tienen una competencia especial en la materia y que tienen que sufrir con más o menos frecuencia los desaguisados urbanísticos que se han hecho o se acaban de hacer en la villa de Bilbao. Tras dos décadas de renovación urbana, el NUEVO BILBAO no es solamente un ejemplo de cómo deben hacerse las cosas, sino también, por desgracia, y una vez más, de cómo no deben hacerse.
El reportaje del Diario El Correo se publicó el lunes 23 de enero de 2012. Es decir, en relación a este post, ayer.
Yo me había propuesto callarme. No decir nada sobre “la casa de los horrores” ni sobre el expolio del edificio RAG. No quejarme, ¿para qué?. No ser aguafiestas.
Pero ahora son otros los que han hablado. Les contaré quiénes son los los ocho arquitectos y qué dicen.
Elías Mas Serra, que fue director del equipo de arquitectos del Ayuntamiento de Bilbao, opina que en la última gran transformación de la ciudad “ha faltado visión de conjunto” y que “en Abandoibarra no se debería haber construido una torre como la de Iberdrola”. Cree que lo que más ha fallado es la zona que conecta el Ensanche con el Nuevo Bilbao. La plaza Euskadi tiene, según él, unos “jardines ridículos” y el edificio Artklass, “que intenta imitar a los edificios del Ensanche” cuando se compara con estos “parece un chiste”.
Juan Coll Barreu es el autor del edificio del Departamento de Sanidad, ese que nos obliga a gastar una millonada de nuestros impuestos cada vez que se limpia la fachada. Juan Coll, oscense afincado en Bilbao, opina que la última gran transformación de la villa es en general “modélica”, pero que en su última fase “se ha referenciado demasiado a sí misma”. “El museo Guggenheim aprovechó el pasado industrial de Bilbao (…) sin embargo, conforme el proceso de transformación ha ido avanzando las nuevas actuaciones han perdido esa memoria”.
Eduardo Escauriaza es profesor de la Universidad de Navarra. Getxotarra, autor de edificios como el club Jolaseta o el Centro Social Los Hermanos de Barakaldo, se ha fijado en el “camuflaje” de la A8. “Pintar muros para enmascarar las estructuras de acceso a la ciudad no me parece una buena solución”. “El muro”, aclara Escauriaza “debe ser capaz de responder por sí mismo con su estructura y materiales”.
Javier Cenicacelaya es catedrático de composición arquitectónica en la UPV y, si se le pregunta qué derribaría en Bilbao, apuesta por borrar la torre de viviendas situada entre las estaciones de Abando y La Concordia. Que esa torre da el cante lo sabemos todos, pero un arquitecto nos dice por qué. Porque “rompe el skyline de la villa”, y es “un edificio de barrio en pleno centro, que responde a una tipología muy concreta, desfasada, que hoy está fuera de lugar”. Nos cuenta Cenicacelaya que más de una vez se ha considerado su derribo. Pero claro, pensamos todos, a ver quién le pone el cascabel al gato...
Carmen Abad, autora del Hotel Miró, prefiere hablar de edificios que no deberían haberse derribado en lugar de edificios que le gustaría derribar. Podría empezar y no parar, pero se detiene en el último trozo de patrimonio arquitectónico urbano que nos han quitado a los bilbainos, el edificio del RAG, diseñado por Diego de Basterra a principios de los años 30. “Me ha dado un disgusto tremendo” dice Carmen Abad “porque era uno de los mejores ejemplos de arquitectura racionalista que había en Bilbao. Carmen Abad dice verdades como puños. Por ejemplo, que la ciudad debería haber mostrado más respeto por la arquitectura desarrollada en el Ensanche a lo largo del siglo XX. Y además, que derribar edificios y construir otros de nueva planta en su lugar es la peor solución, la más reñida con la idea de arquitectura sostenible. Se generan muchas emisiones y residuos inertes.
El arquitecto Iñaki Uriarte no se conformaría con tirar un edificio, sino que hace una lista de cosillas que borraría del mapa. En cambio no hubiera borrado el edificio del RAG, pues “su derribo es una muestra de incultura arquitectónica”.
La lista, o al menos la que nos transmite el reportaje de Guillermo Elejabeitia:
1) El edificio del Departamento de Sanidad y Consumo no lo aprueba por el despilfarro de dinero público que supone, por ser costosísimo; su punto de vista en este caso es el de la “ética económica”. 2) La torre Iberdrola la mandaría a volar (o lo que es lo mismo en este caso, la mandarñia volar) “por el desorden urbanístico que crea”. Piensa, con Elías Mas Sierra, que el lugar de una torre así no está en el Ensanche.
3) La obra de Arata Isozaki en Bilbao tiene, según Iñaki Uriarte (y según mucha gente, entre la que me incluyo) “connotaciones de especulación urbanística” y “se ha convertido en una barriada vertical que sigue los peores ejemplos de la arquitectura de la Dictadura, como Zabalburu”.
Félix Íñiguez de Onzoño tiene casi noventa años, y ha contribuido al Bilbao moderno con edificios como el de la Cámara de Comercio o las viviendas de lujo de Estraunza, pero el bloque de viviendas situada entre la estación de Abando y la de Feve también merece la piqueta en su opinión, que es una opinión muy fundada, y la merece “por sus enormes dimensiones y su pobre imagen”. A Félix Íñiguez de Onzoño no le gusta “el tratamiento que se le ha dado a la Alhóndiga”, si no interpreto mal sus palabras, más por criterios funcionales que estéticos. La obra de Rob Krier en la plaza de Euskadi le parece, lo mismo que a Elías Mas, candidata a la piqueta. Por decirlo de un modo suave, don Félix habla en este caso de “un conjunto de fachadas muy abarrocadas” (y al leerlo pensamos "recargadas", claro). Lo que le sorprende es que “no haya levantado más polémica”.
Y dejo para el final a Carlos Lázaro, ex presidente del Colegio de Arquitectos, aunque aparece el primero en el reportaje de Guillermo Elejabeitia. Pero le dejo para el final como se deja a veces lo mejor porque me entusiasma la definición que hace del edificio de Rob Krier, “un pastiche entre Las Vegas y Disneylandia”. A Carlos Lázaro le gusta la intervención de Philippe Starck en La Alhóndiga, pero no “su discurso decorativo” (vamos, las famosas columnas que le parecen una horterada). Del centro comercial Zubiarte dice que es “caótico, poco operativo y con una perspectiva sin gracia”. Pero lo mejor de todo es la perfecta definición del edificio de Krier, aunque se queda corto cuando dice que “roza lo hortera”. “Bilbao no se merece que le tomen a broma con un edificio como ese”, ha dicho Carlos Lázaro. ¿O quizás nos lo merecemos?
Edificio Artklass en Bilbao |
Para los amantes del kitsch, Krier ha construido una broma de gran tamaño que les hace reir y disfrutar cuando pasan por la plaza Euskadi. A mi me haría gracia ver una cosa como esta en un cuadro multicolor, como maqueta o escultura o montaje, pero encontrármela en mi ciudad, a esa escala, cuando tengo que pasar cerca, me da escalofríos. Por eso la llamo “la casa de los horrores”, y espero que Alex de La Iglesia venga a rodar en este entorno una película con una estética que esté entre Roger Corman y el anime japonés.