sábado, 23 de abril de 2011

Artículos

GANAR O PERDER

La zona invisible de la acción económica


María Maizkurrena

Ganar o perder es una bifurcación básica de nuestra mentalidad. Los productos audiovisuales de la gran fábrica de sueños, que tiene su sede central donde todo el mundo sabe, separan a los personajes en ganadores o perdedores y la narración, aunque parezca ir contra esta idea, lo que hace es ajustarla: ojo, nos dice, que ese individuo al que todos llaman perdedor puede ser un supertriunfador oculto, alguien con cualidades poco apreciadas comúnmente o comúnmente invisibles por ser poco apreciadas.
Ganar o perder es un balance económico que se extiende a nuestros negocios con el más allá, donde se gana o se pierde la vida eterna. Como las almas, las compañías ganan o pierden. No hay para ellas término medio. Iberdrola, que es uno de nuestros grandes, grandes buques insignia, ha acordado vincular la evolución de los sueldos a la evolución de los beneficios. Lo han acordado, o preacordado, la empresa y los trabajadores en las negociaciones del V convenio colectivo.

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martes, 12 de abril de 2011

Artículos


El reverendo Jones y la mariposa
Artículo publicado en el diario El Correo con el título
WESTERN
05.04.11

María Maizkurrena

El reverendo Terry Jones es una figura de western. Actúa en Florida en el siglo XXI, pero parece sacado del lejano Oeste de hace un siglo. Desgraciadamente, las películas del Oeste son al cine lo que la tragedia griega a la literatura clásica y, en consecuencia, las tonterías del señor Jones se han cobrado ya algunas víctimas mortales, que no ha producido él sólo, pues ha contado con la colaboración de otros fanáticos en el otro extremo del mundo. Estos últimos se supone que son de distinto signo, más aún, de signo opuesto. Pero al fin, fanáticos unos y otros, entre unos y otros han causado unos cuantos muertos.
En las películas del Oeste se producía un conflicto sobre la inestable frontera. No era infrecuente que uno de los bandos fuese el del fanatismo y su hermana menor, la intolerancia. En la frontera inestable, en la nación que se construía sobre la marcha, la ley de la fuerza sostenía una pugna con la fuerza de la ley. La ley de la fuerza llevaba las de ganar. Era un mundo salvaje. Pero entonces aparecía el héroe. Las películas del Oeste eran híbridos de tragedias griegas y novelas de caballerías. El héroe errante y el caballero andante eran la misma cosa. Por su parte, el siglo XXI es una gran frontera. Todos vivimos en la frontera. Un tipo llamado Jones y su acólito Wayne Sapp le prenden fuego a un ejemplar del Corán en una diminuta iglesia de Florida el día 20 de marzo y quince días después son asesinados siete trabajadores de Naciones Unidas en Mazar i Sharif, Afganistán. En otro tiempo hubiera sido imposible que los dos hechos tuvieran alguna relación, pero hoy es completamente real que el primer acontecimiento haya desencadenado el segundo, y el segundo, un tercero y un cuarto...
No nos sorprende. Estamos familiarizados con el aspecto más popular de la teoría del caos: una mariposa mueve sus alas en Brasil, en China, en Japón, en Marte y un mes más tarde se origina un huracán en Texas. Un ejemplar del Corán arde en Florida, y el huracán empieza en Afganistán. La pretenciosa escenificación del señor Jones pasó casi desapercibida. Casi. Los seres humanos han ido construyendo un sistema nervioso para el planeta que transmite bloques de información, pero esos bloques, al pasar de un área cultural a otra, cambian de significado. Una mariposa de fuego mueve sus alas en una pequeña iglesia de Florida y, lejos de allí, se desencadenan linchamientos absurdos como los de las películas del Oeste. El reverendo Jones, claro, es el antagonista, ese tipo que bajo el manto de la virtud esconde todo lo necesario para encender la violencia. Somos habitantes de la Gran Frontera y tenemos antihéroes y villanos de sobra. No sé si tenemos héroes o si no nos hacen falta, como cantaba Tina Turner allá por los ochenta.

sábado, 9 de abril de 2011

ARTÍCULOS

Edurne

29.03.11 - 02:48 -
Edurne Pasaban ha publicado su autobiografía y se ha convertido en tema de conversación y carne de foro. Esto quiere decir que en diferentes puntos de la Red y de la calle la gente habla de ella, pero no de sus logros deportivos, sino de su vida privada, su carácter, sus intenciones y su ética. A unos les da qué pensar y otros hablan sin pensar. Hablan amigos y enemigos, quienes la conocen y quienes no la conocen.
Yo no la conozco personalmente, pero me gusta Edurne. Quiero decir que me gusta su cara y que me gusta que sea la primera mujer que ha escalado las catorce cumbres más altas del planeta. Me gusta que se haya convertido en uno de los rostros emblemáticos del País Vasco y que decidiera no seguir la senda marcada y tirar por la senda abrupta y tortuosa, porque quienes hacen eso aportan algo distinto a las comunidades humanas. Lo que no sé es por qué Edurne ha decidido ahora contar su vida con pelos y señales, cosa que suele hacer la gente cuando tiene mucha edad, los amantes están muertos y se goza de una total indiferencia ante lo que diga el mundo. Contar la vida propia es algo que hacen los escritores profesionales, pero llamándole 'novela' a la cosa. Edurne ni ha esperado ni ha escrito una novela. En consecuencia, protagoniza titulares como 'Edurne Pasaban se desnuda'. Yo no sé si su autobiografía es pornográfica o ingenua. Lo que sé ahora son unas cuantas cosas de su vida que no sabía antes. Sé, por ejemplo, que ha pagado el precio que suelen pagar las mujeres cuando hacen una apuesta poco corriente, sobre todo para ellas, y tienen que renunciar a otras cosas importantes. O cuando se ven obligadas a renunciar a esa apuesta vital por las otras cosas importantes. Pienso en la pianista y cantante de jazz Shirley Horn, que dejó su carrera profesional a medias por cuidar de su familia. En la vida de Edurne se ha dado ese conflicto entre dos ámbitos que compiten ferozmente entre sí. El resultado, una depresión severa.
Tal vez Edurne cuente demasiadas cosas en su libro, al contrario de otros astutos escritores que logran escribir la biografia propia sin contar apenas nada. Para unos lo que cuenta es muy vulgar; para otros es extraordinario; para otros, extraordinariamente humano. Todo el mundo puede opinar hoy día. Cuando David Beckam confesó que padecía un trastorno obsesivo, en algún lugar de Internet alguien estaba seguro de que lo s uyo (lo de Beckam y su obsesión por la simetría) o lo de Cameron Díaz (y los gérmenes) eran tonterías de famosos, publicidad, bromas estúpidas. Nadie se considera lo bastante ignorante, frívolo o rencoroso como para callarse en uno de esos foros anónimos. Ignorantes, rencorosos y frívolos son los primeros en morder la carne fresca. Impresiona su mala leche, pero no hay que hacerles caso como no sea para observar en ellos otra faceta -ésta muy poco agradable-de la naturaleza humana.