viernes, 14 de octubre de 2011

De dónde vienen las cosas



Dice Martin Amis –o su narrador—en London Fields que el agua que sale por el grifo en Londres ha pasado tres veces por el cuerpo de cada abuelita de la ciudad. Uno de los personajes de la novela recurre a una marca de agua embotellada francesa, hasta que comprende que ésta a su vez ha pasado cuatro veces a través de cada abuelita de Lyon. En general, no nos preguntamos de dónde viene el agua siempre que dispongamos de ella. Abrir el grifo y que salga, eso es todo lo que queremos. Si no sale, llamamos de inmediato al fontanero. Abrir el grifo y que no salga agua es angustioso. Entonces nos damos cuenta de por qué los recursos básicos se llaman así. Hablo, desde luego, de la experiencia urbana. En la experiencia urbana las fuentes de los recursos están fuera de nuestra vista y hay toda una red de sistemas de transporte que abastecen continuamente el hormiguero. En el hormiguero, la experiencia cotidiana dibuja un mapa de la realidad donde el agua es una cosa que sale por el grifo. Sólo para aquellas poblaciones que sufren restricciones en verano parece evidente que no es el mismo grifo el que produce el agua.
Desde luego, preguntarse de dónde vienen las cosas puede amenazar nuestra tranquilidad. Ahora que todos los niños saben de dónde vienen los niños, procuramos que no se enteren de dónde vienen los juguetes. Es mejor no saber de dónde viene la madera, de dónde viene el agua, de dónde viene el dinero. Pero siempre hay gente intranquila y molesta que hace las preguntas. Además, vivimos una crisis socio-económica, y las crisis socio-económicas no son un tropezón tras el cual se reinicia el sistema y se vuelve a la rutina. Son épocas de recesión y malestar, de búsqueda de un nuevo equilibrio. Desechar lo que ya no sirve, cuando estamos aferrados a ello, resulta difícil, pero cada vez hay más gente que no gana nada, y que no pierde nada haciéndose preguntas, y que tiene mucho tiempo para escuchar, mirar, preguntar e indignarse.
Los ciclos. Los ciclos son en parte la respuesta. O parte de la pregunta. Pero antes que los ciclos económicos están los ciclos naturales. De ahí vienen los recursos básicos. Entonces entramos en escena y nos dedicamos a interrumpir esos ciclos, a cortarlos, a agotarlos, a esquilmarlos. Ya no nos basta con el agua que recicla la naturaleza (lo hacía mucho mejor que nosotros); tenemos que utilizar técnicas para reciclar el agua. Y es que el agua no viene de Marte. Toda la que tenemos está aquí. Viene del cielo, es decir, de la Tierra. El ciclo del agua es bien conocido. Los ciclos naturales y sus complejas interacciones son cada vez mejor conocidos. En cuanto a los ciclos económicos, y dado que en cada uno de ellos hay elementos nuevos, cada crisis provoca nuevas cotas de desconcierto. La crisis actual, con sus picos y sus mesetas, sus mejorías y sus repuntes, es básicamente una crisis financiera. Más difícil que saber de dónde viene el agua es saber de dónde viene el dinero. El sistema financiero ha crecido tanto en el conjunto del sistema económico que el dinero tiene a veces un cariz fantasmal. Sin embargo, en última instancia, su origen es el de siempre. En Londons Fields Martin Amis resume la genealogía de un buen montón de dinero mientras los protagonistas discuten en torno a él. Es una genealogía que sirve más o menos para todo el dinero del mundo: “prisiones privatizadas, cargamento humano de Costa de Marfil, plantaciones de azúcar caribeñas, la Compañía de la India Oriental, las minas de uranio de Sudáfrica, talleres clandestinos, comercio con países sancionados, selvas pluviales arrasadas, deshechos tóxicos y armas, armas, armas..”