sábado, 9 de abril de 2011

ARTÍCULOS

Edurne

29.03.11 - 02:48 -
Edurne Pasaban ha publicado su autobiografía y se ha convertido en tema de conversación y carne de foro. Esto quiere decir que en diferentes puntos de la Red y de la calle la gente habla de ella, pero no de sus logros deportivos, sino de su vida privada, su carácter, sus intenciones y su ética. A unos les da qué pensar y otros hablan sin pensar. Hablan amigos y enemigos, quienes la conocen y quienes no la conocen.
Yo no la conozco personalmente, pero me gusta Edurne. Quiero decir que me gusta su cara y que me gusta que sea la primera mujer que ha escalado las catorce cumbres más altas del planeta. Me gusta que se haya convertido en uno de los rostros emblemáticos del País Vasco y que decidiera no seguir la senda marcada y tirar por la senda abrupta y tortuosa, porque quienes hacen eso aportan algo distinto a las comunidades humanas. Lo que no sé es por qué Edurne ha decidido ahora contar su vida con pelos y señales, cosa que suele hacer la gente cuando tiene mucha edad, los amantes están muertos y se goza de una total indiferencia ante lo que diga el mundo. Contar la vida propia es algo que hacen los escritores profesionales, pero llamándole 'novela' a la cosa. Edurne ni ha esperado ni ha escrito una novela. En consecuencia, protagoniza titulares como 'Edurne Pasaban se desnuda'. Yo no sé si su autobiografía es pornográfica o ingenua. Lo que sé ahora son unas cuantas cosas de su vida que no sabía antes. Sé, por ejemplo, que ha pagado el precio que suelen pagar las mujeres cuando hacen una apuesta poco corriente, sobre todo para ellas, y tienen que renunciar a otras cosas importantes. O cuando se ven obligadas a renunciar a esa apuesta vital por las otras cosas importantes. Pienso en la pianista y cantante de jazz Shirley Horn, que dejó su carrera profesional a medias por cuidar de su familia. En la vida de Edurne se ha dado ese conflicto entre dos ámbitos que compiten ferozmente entre sí. El resultado, una depresión severa.
Tal vez Edurne cuente demasiadas cosas en su libro, al contrario de otros astutos escritores que logran escribir la biografia propia sin contar apenas nada. Para unos lo que cuenta es muy vulgar; para otros es extraordinario; para otros, extraordinariamente humano. Todo el mundo puede opinar hoy día. Cuando David Beckam confesó que padecía un trastorno obsesivo, en algún lugar de Internet alguien estaba seguro de que lo s uyo (lo de Beckam y su obsesión por la simetría) o lo de Cameron Díaz (y los gérmenes) eran tonterías de famosos, publicidad, bromas estúpidas. Nadie se considera lo bastante ignorante, frívolo o rencoroso como para callarse en uno de esos foros anónimos. Ignorantes, rencorosos y frívolos son los primeros en morder la carne fresca. Impresiona su mala leche, pero no hay que hacerles caso como no sea para observar en ellos otra faceta -ésta muy poco agradable-de la naturaleza humana.