En
Bilbao llueve mucho, llueve más que en Londres. De hecho, la media
anual en la cornisa cantábrica es de unos 1500 litros de lluvia por metro
cuadrado, y en Bilbao las precipitaciones anuales suelen estar entre
los 900 y los 1300 litros por metro cuadrado. Esto no sólo tiene
consecuencias prácticas en la vida de sus habitantes sino
consecuencias en la manera en que los escritores y artistas
representan e imaginan la ciudad, y, por supuesto, en la forma en que
la imaginan todos quienes la conocen por vivir en ella, por visitarla
a menudo o por entrar con frecuencia en esa ciudad imaginaria que es
el reflejo y la continuación de la ciudad real.
Para mi, Bilbao con
sol es una ciudad extranjera. Una ciudad extraña y luminosa por la
que voy con asombro, descubriendo detalles que no pueden verse otros
días y evocando cosas remotas, ciudades lejanas o días lejanos. El
Bilbao soleado es una ciudad que nos visita a nosotros y se establece
a nuestro alrededor sin que la hayamos invitado, una gozosa invasión,
podríamos decir.
Pero el verdadero Bilbao es el Bilbao de la lluvia.
Hay un Bilbao en el que siempre llueve, y está en las páginas de
muchos libros y en las imágenes que atrapan algo de esa atmósfera
de ciudad vuelta hacia adentro, ciudad de ventanas encendidas y de
cosas perdidas en la niebla en la que todo suena de otro modo y en
el rumor que es el sonido de la ciudad hay voces y hay versos. Como estos
de Blas (de Otero) que no podrían faltar en una antología sobre
la lluvia en Bilbao.
Blas
de Otero: sonetos de Bilbao con lluvia
LEJOS
Cuánto
Bilbao en la memoria. Días
colegiales.
Atardeceres grises,
lluviosos.
Reprimidas alegrías.
furtivo
cine. cacahuey. anises.
Alta
terraza, procesión de jueves
santo,
de viernes santo, santo, santo.
Por
Pagasarri las últimas nieves
y
por Archanda helechos hechos llanto.
Vieja
Bilbao, antigua plaza Nueva,
Barrencalle
Barrena, soportales
junto
al Nervión: mi villa despiadada
y
beata. (La virgen de la Cueva
que
llueva, llueva, llueva). Barrizales
del
alma niña y tierna y destrozada.
1923
Llueve
en Bilbao y llueve llueve llueve
livianamente,
emborronando el aire,
las
oscuras fachadas y las débiles
lomas
de Archanda, mansamente llueve
sobre
mi infancia colegial e inerme
(jugando
con los chicos de la calle
reconcentrada
y tímidamente).
Por
Pagasarri trepan los Pinares.
Llueve
en la noche triste de noviembre,
el
viento roza y moja los cristales,
y,
entresoñando, escucho. Llueve llueve
en
mi villa de olvido memorable
-mademoiselle
Isabel-, pálida frente
de
niño absorto entre los soportales...