sábado, 10 de marzo de 2012

Alhóndiga Bilbao, fachadas de Iparraguirre y Fernández del Campo






Es uno de los peores días del invierno, pero por eso mismo hay que salir a buscar la luz pálida, las fachadas cenicientas, el cielo vacío. No estarán ahí cuando llegue el buen tiempo. Tampoco esa nieve fina que en las fotos se confunde con agua y que se vuelve agua muy rápidamente en el suelo.

La Alhóndiga tiene un aspecto imponente entre la niebla. Bastida concibió un gran edificio que luego ha servido para que Philippe Starck organice el espacio que es hoy el centro AlhóndigaBilbao. Bastida concibió un edificio que no estaba condenado a servir únicamente a su primera función cuando ésta ya dejara de tener interés. Por eso las ventanas de la Alhóndiga tienen hoy este fulgor rojo en medio de la oscuridad: es el sol virtual de su interior, de la gran pantalla interior donde también se ofrece información al visitante. Es el corazón rojo de la Alhóndiga.

En las décadas 50 y 60, cuando este edificio aún funcionaba como almacén de vinos, yo creo que los bilbainos lo apreciaban más bien poco. Como si el olor y la función lo degradaran, a pesar de la afición al chiquiteo y al tinto riojano que entonces como hoy impregnaban  la villa. Bilbao era una ciudad fea y el centro de la ciudad no había avanzado aún lo suficiente sobre estas calles. El centro de la ciudad no tenía el tamaño del centro de hoy, no había avanzado aún sobre estas zonas más bien periféricas agregándolas a su núcleo. La Alameda de Rekalde se alejaba hacia áreas de servicios y suburbanas que empezaban aquí, donde terminaba el Ensanche.

En los años 70 Bilbao era una ciudad más fea todavía y el centro se había extendido lo suficiente como para que la actividad de la alhóndiga municipal se trasladara a Rekalde, a las nuevas afueras. La Alhóndiga de Bastida quedó abandonada. Los bilbainos seguían apreciándola más bien poco. Corrían rumores sobre su inminente derribo. Pero este no llegó. Tal vez los tiempos de cambio y la crisis del petróleo contribuyeron a salvar la Alhóndiga. Y, por supuesto, el Colegio de Arquitectos Vasco Navarro, que consiguió que se declarara bien de interés cultural.

En los años 80, en pleno proceso de desindustrialización, José María Gorordo llegó a la Alcaldía de Bilbao. Y empezó a pensar en proyectos culturales que aportaran a Bilbao lo que ya no podían aportar los Altos Hornos. A finales de esa década tuvo lugar un episodio muy importante en la historia cultural de la villa: la polémica en torno al proyecto de Oteiza y Saenz de Oiza para la Alhóndiga. Volvió a hablarse de derribar enteramente el edificio, pero en estas fechas la ciudad era más consciente de su patrimonio histórico y las fachadas estaban ya protegidas por un decreto del Gobierno Vasco. Hubo un proceso complejo de estudios, propuestas y contrapuestas, oposición de unos y de otros. Un proceso en el que intervinieron diversas fuerzas políticas y ciudadanas.

En todo caso, el proyecto de Oteiza y del arquitecto Saénz de Oiza (el otro arquitecto, Fullaondo, se retiró del mismo) hubiera supuesto el derribo del interior del edificio de Bastida y la construcción de una gran plaza acristalada. Trascendió a a la opinión pública la idea del “cubo de Oteiza”, que muchos consideraban desmesurado. Como sabemos, su importancia, la del cubo de Oteiza, es la de la idea, la posibilidad, la alternativa que no fue. Representa un momento de inflexión y de pugna en la evolución de la ciudad. Es la importancia de lo que, al frustrarse, dejó paso a otros proyectos y a otra idea de Bilbao. Es el símbolo de las contradicciones y los azares y la cara oculta de lo que hoy existe. La cara oculta de todo cuanto existe es lo que pudo ser. Todo eso está también en el interior de la Alhóndiga en este día oscuro de invierno.

Bilbao era una ciudad fea. No sé si nos habremos pasado adornándola.

Bilbao es una ciudad fea, lo digo como algo positivo y práctico, fea, gris, desnuda, triste, no artística; lo digo contra lo negativo y falso de las ciudades que se adornan. Es una ciudad en tradición vasca, el vasco no adorna.
Pienso la ciudad que se abre por fuera, sobria, funcional, no artística, gris y que la ciudad por dentro, su arquitectura por dentro, blanca, espiritual, investigación, museos, formación estética del ciudadano.
Que lo artístico no se interponga entre la arquitectura y el ciudadano, entre la ciudad y la Naturaleza, la ciudad abierta como arquitectura por fuera y Naturaleza, grandes espacios vacíos, agua y hierba, fuentes, jardines.
Lo artístico en parques cerrados y en la arquitectura por dentro. Yo retiraría escultura, monu­mentos, adornos, en la ciudad actual para que impresionara la presencia visible de una voluntad política de creación de un modelo experimental de ciudad en tradición nuestra

JORGE OTEIZA. “Unas observaciones para enfocar el problema Alhóndiga”. Periódico Bilbao 26 Nov 1988, Revista Kain, nº7, 1989.

Para saber más sobre el proyecto de Oteiza


















Callejeando bajo la lluvia, nos metemos por Gordóniz en vez de seguir por Iparraguirre. Aguanieve contra las fachas rojas. Los pequeños bares nos invitan a refugiarnos en ellos.


















Por la Alameda San Mamés volvemos hacia la Alhóndiga, a la esquina de Iparraguirre y Fernández de Campo Y seguimos "callejeando".