Una mañana del mes de mayo de 2014 un
grupo de jubilados tripahandiak que iba caminando por el parque de
doña Casilda Iturrizar se topó con la escultura “Pieza de
bloqueo” que acababa de ser colocada en el paseo Eduardo Chillida,
aunque no se tratara de una escultura de Eduardo Chillida. “Esto es
para que te des una hostia contra ello”, dijo uno. Se ve que les
había pillado por sorpresa.
No puedo afirmar que fuera esta la
primera pieza de la exposición itinerante de obras de Henry Moore
que se depositó en las inmediaciones del Museo de Bellas Artes de
Bilbao, pero sí la primera que vi. Al dia siguiente, paseando por la
misma zona, encontré una serie de bultos envueltos en papel de
regalo, enormes papeles de regalo con el logotipo de La Caixa. Luego
desaparecieron los papeles de regalo, pero se quedaron los coches
amarillos. Los coches amarillos están siempre cerca de las
esculturas. Son parte de la exposición.
Es un regalo, sí. Y es un misterio.
¿Qué hacen estan esculturas enormes rodando por ahí, subiendo y
bajando de camiones? ¿Por qué las traen y las llevan? ¿Por qué
las diversas instituciones implicadas en este acontecimiento son tan
generosas con nosotros que vamos por el parque de Bilbao y por las
calles del mundo sin pagar entrada, masas fragmentadas de paseantes
de muy diversa extracción social, ganadores y perdedores, ganapanes
y mendigos, propietarios y desposeidos?
Esto es un misterio religioso. Veo
estas esculturas de Henry Moore en el parque de doña Casilda
Iturrizar, en Bilbao, y me invade la sensación de lo enorme y lo
desconocido, como cuando me enfrento a conceptos como “hedge-funds”,
“preferentes” y “productos complejos”. Qué máquina
misteriosa las mueve de un lado a otro a estas moles de bronce, yo no
lo sé, pero acaso sí lo sabe Rita Barberá, que inauguró la
exposición en Valencia, y, en general, todos quienes se han
encargado de inaugurar la exposición cada vez que esta llega al
espacio urbano en que se va a quedar por un tiempo y se convierte,
por tanto, en una exposición nueva, siendo siempre la misma.
Y es que lo de Bilbao no es un
acontecimiento único. Para nada. Es la última de una serie
apariciónes de la misma serie de esculturas que comenzó en octubre
del año pasado en Santa Cruz de Tenerife y termina aquí, en Julio.
Por eso, si al principio la mirada
fotográfica tiene la tentación de aferrarse a cada uno de los
objetos y tratar de encontrar todas las representaciones de dos
dimensiones que podrían corresponderle a cada uno de ellos, luego ya
se comprende que, teniendo noticia de las otras exposiciones que ha
sido esta misma exposición, lo importante es ver las esculturas en
el contexto que les ha tocado cambiar, porque
cuando ya nos hayamos acostumbrado a ellas, a verlas cambiar ellas
mismas con la luz, con la humedad, con la lluvia, desaparecerán de
nuevo. Al principio dejarán un vacío. Luego el espacio irá
ocupando de nuevo su sombra transparente, a medida que la memoria
deje de invocarlas en los lugares en que estuvieron.
Y así pasa el río que nos lleva.
(Recuerda que haciendo clic sobre alguna de las imágenes podrás ver toda la serie en modo diapositivas)